Tiemblo, mi estómago se comprime y un vómito llorón quiere salir. Llorar y vomitar, así se siente mi tristeza. Y quiero llorar y vomitar todo el día, toda la noche, hasta que se acabe y salga de mí. Sé que es inútil, ni el vómito ni el llanto la aliviarán. Es la tristeza latiente, esa que se esconde en la felicidad y que lista está para salir por cualquier grieta u orificio. La tristeza permanente de la vida es, esa que se presenta con diferentes rostros y en diferentes tiempos. Con los ojos de una mañana solitaria de guayabo, el aliento de un cumpleaños desabrido, la voz de un rechazo, el beso de un desamor o el soplo de un domingo a las seis de la tarde.
Sí, se disfraza, llega, abraza y se va, o por lo menos eso es lo que hace creer hasta que te das cuenta que ella nunca se fue, ni se irá. Años podrán pasar antes de volverla a ver con su nuevo disfraz e identidad. Ahora llega vestida de ti, que, aunque no tengas cara te la puedo dar: de cabello largo y rizado, ojos cansados de perro y piel morena, canas en barba y heridas en mano. Manos de artista.
Y aunque no tengas cara veo tu rostro y aunque no tengas cuerpo siento tus caricias. Volviste de una manera nueva, tan nueva que casi engañas, pensé que eras otra cosa, pero eres la misma tristeza eterna