Ambivalentes

En una noche, una noche verde, verde industrial. Conversaban dos mujeres. Estaban sentadas una frente a la otra, ninguna de las dos tenia rostro. La mujer anciana estaba sentada sobre una minúscula silla roja y sus pies tocaban una alfombra fría de color ocre. La otra mujer, la mujer joven estaba sentada sobre un suelo de agua naranja en el que parecía flotar. Ambas estaban desnudas, respiraban sus pensamientos y escuchaban de fondo dos trenes a punto de estrellarse.

La mujer anciana, flácida y con su cuerpo azul, con mucho dolor le decía que odiaba a su único hijo porque cuando él se había ido, ella había empezado a sentirse sola pues no tenía con quien más hablar. Ella pensaba que el olvido y la soledad mata en vida a quien espera el regreso de un hijo.

La mujer joven de cuerpo gris y manos cuadriformes, una violeta y la otra amarilla, le contaba que ella también odiaba a alguien que no debía odiar. Detestaba a aquella mujer quien había amado toda su vida. Esa persona era su mamá. Sí, odiaba a su propia mamá, la odiaba porque la había intentado asesinar. La había tomado del cuello hasta que se adormeció su cuerpo y dejó de moverse, la mamá huyó, pero luego se enteró que había sobrevivido. Aunque eso es un decir, porque desde ese momento la odió tanto que ella carga con una pena que le ahogaba más que recordar sus pesadas manos alrededor de su cuello.

Así que ambas mujeres se levantaron y fueron directamente a los trenes, pues sabían que ambas ya estaban abatidas de cargar con tanto vacío, se tomaron de las manos poco a poco fueron destiñéndose y cayeron en medio de los trenes.