Estoy débil. Con veintitantos años que tengo, ya perdí la energía para todo. Era martes. Mi cuerpo, exhausto, solo me pedía apagarme. Tambaleaba, mis piernas ardían de caminar (y, sin embargo, no había caminado mucho más de cinco cuadras. Ardían profundamente, más allá de un simple ardor muscular. Me ardían en el pecho, querían solo detenerse, detenerme. Mis brazos, mi cabeza, estómago, garganta, lengua, dientes, manos, dedos, nariz, ojos. Todos me ardían en mi pecho que, igual de cansado de existir, con cada segundo que pasaba, parecía hacer su trabajo peor y peor.
Así, esperaba el bus. Iba temprano, muy temprano, de hecho. No debían ser más delas seis de la mañana y por la ansiedad que cargaba encima,como si mi propia cabeza cargase con todo el peso del mundo,decidí no detenerme a desayunar.No podía perder ni medio segundo de tiempo. Esperaba el bus como si este fuera una línea directa a la solución de mis problemas,¿un viaje, todo pago, a Japón?ojalá (no saben lo que me cuesta no hacer referencias bíblicas para hacer analogías, pero ese es problema mío, por haber estudiado, en dos ocasiones distintas, en instituciones jesuitas.)
Espere lo que para mi cuerpo fue el día entero (como 4 o 5minutos, en realidad) y apenas llego el bus no espere a que la puerta de este estuviese realmente abierta. Apenas escuche ese pitido desesperante previo a la voz robótica de“puerta abriendo“ me lancé como un zombie desesperado por consumir la carne fresca del cuerpo del protagonista, como a esos de Resident Evil me refiero, pero los del remake, que son más agresivos, más lanzados. Apenas entré, miré a todos los lados habidos y por haber. Quería sentarme, tenía que hacerlo.Mi cuerpo estaba al borde del colapso y yo no estaba dispuesta a esa situación. No. Ni mucho menos frente a tanta gente, para quienes eso significaría otra inconveniencia más en el inicio de sus días. Si caía muerta no podía ser frente a toda esa gente, que pena, no quería ser esa persona.
No había sillas y yo iba a colapsar, no aguantaba más. Tenía que sentarme, relajar el cuerpo y, aún más importante, tenía que trabajar (mi cabeza no se podía dar el lujo de descansar), tenía que escribir algo, lo que fuera, pero ya. Pero antes tenía que sentarme. A falta de sillas, y gracias a que entré a ese bus como una maníaca, encontré en el espacio para discapacitados (ese donde se pueden poner sillas de ruedas si es necesario) el puesto perfecto.Era amplio y estaba relativamente limpio para sentarse, lo que era un milagro, teniendo en cuenta que usualmente encuentro ese espacio encharcado e incluso embarrizado por el polvo y tierra del ambiente. Lo sentí casi como si el universo lo hubiese reservado exclusivamente para mí.Entonces, empecé a escribir. “Estoy débil…“.