goce

Recuerdo que alguna vez me encerraron por un largo largo tiempo. Descubrí cómo el encierro me estaba poniendo cada vez más loca. Lo que nadie me dijo fue que, la masa densa que se estaba gestando en mi, me llenaría, se saturaría y eventualmente empezará a secarse, o a desaparecer, agotarse, marchitarse, en fin… Fue entonces cuando, por una amarga y mezquina piedad llega la novela a mis manos, conocida, buena pero nunca hizo más eco en la cámara de mis recuerdos. Lo curioso es que, como agua pal sediento el texto reconfiguró las tuercas, y se quedó con infinito eco. No es un error pensar que el goce se exacerba. Al principio lento, aunque no fue lento, y luego como una locomotora loca a todo vapor. Una cosa llevó a la otra y uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis en menos de un mes. Después de eso, como un pulgar aplastando en un punto fijo prolongadamente ya estaba fuera, y el encuentro con la falta de proyección me atacó. Lo que aprendí es que posiblemente no estaba lista, o el mundo hace mucho ruido como para tener ese goce tan incendiario y consumidor en la vida real. No sé por qué pero, el aroma lejano del goce queda, pero nunca como el remanso de la vida y las páginas galopantes sin nada que les hiciera carrera.