Leo para encontrar pedacitos, detalles escondidos en las ideas y las letras. Leo y se me revela la realidad. Leo por necesidad, para conectar con las heridas abiertas de los escritores. Leo para entrometerme en todo lo que no conozco. Leo pensando en el primer libro que leí, obligada, reseñando cada sección para evitar las sospechas de engaño al mover el separador de páginas. Leo recordando lo vivido, hilando en mi cabeza todas las relaciones generadas por cada palabra. Leo como camino: leyendo el planeta, las personas, los afectos, los problemas. Leo para escribir en los momentos donde la inspiración parece alejarse con temor de mí y tomo en mis manos cada regalo que los renglones me puedan dar para llenar las páginas en las que me desbordo al no saber hablar más. Leo, también, para leer; para gozar de la incomprensión, siempre presente; para callar mi mente (a veces lo logro) y sentarme en el piso a pasar hojas. Leo para encontrar a esos bípedos bimanos derramadores de sangre y de tinta; escritores y sufridos; amados y abandonados; sociales y solitarios; congéneres míos. Leo cambiando de posición, siempre en movimiento, como mis ojos al acechar los renglones. Leo, leo y releo no para pensar en lo leído, sino para leer todo lo ignorado hasta el momento de ser leído.