Victoria

Cuando era pequeña iba muchas veces a la casa de mis abuelos. Ellos vivían en una casa vieja en donde el piso de madera chillaba cuando caminabas encima de él. Durante las noches hacía mucho frío y terminaba durmiendo con tres cobijas encima, todas hechas de lana. Recuerdo que no había mucho que hacer en esa casa, no tenían televisión, y en mi mente de niña pequeña eso significaba aburrimiento. Entonces tenía que inventar formas para entretenerme. Entonces me dedicaba a explorar, terminaba recorriendo cada esquina de la casa, abriendo cada puerta y estudiando cada mueble lleno de polvo. Pero había un lugar que nunca pude explorar, el tercer piso. Había unas escaleras de madera que solo llevaban a una habitación en el tercer piso. Eran unas escaleras peligrosas para una niña tan pequeña, eran solo tablas pegadas al muro sin ningún tipo de soporte. Era tan grande el espacio entre escalones que si ponía mal el pie podía resbalar y caer al primer piso. No me dejaban subir por dos razones, por las escaleras anti-niños y porque la habitación siempre está cerrada con llave.

La habitación se mantenía con llave específicamente para que yo no entrara. Mis abuelos no me dejaban ir al segundo piso, mi abuela decía que tenía muchas cosas delicadas ahí, que posiblemente un niño podría romper. Ella me decía que tenía que ser paciente y cuando fuera más grande me enseñaría lo que hay adentro. Pero era una niña muy impaciente, si no lo viena enseguida, para mi no tenía valor. Además, nunca supe a qué se referían, si yo nunca rompí nada, y ademas, ¿que tienen ahí tan valioso? Cuando era pequeña eso era mi mayor frustración, la curiosidad me mataba. Cada vez que íbamos a visitarlos intentaba trepar hacia la puerta y abrirla pero cada vez mis papás se daban cuenta y me arrastraban de vuelta entre berrinches. Pero conforme pasaba el tiempo, mi interés por esa puerta empezó a apagarse. ¿A quién le importa una puerta con llave? Fijo solo tienen una colección de platos de cerámica del siglo 15 y por eso no me quieren dentro. Mientras que los años pasaban menos veces íbamos a la casa de mis abuelos y más lejana se sentía esa memoria. Eventualmente la olvidé completamente. 

Fueron muchos años después que esa memoria regresó. Mi abuela murió de un ataque al corazón y mi abuelo de un corazón roto. Tres días después de la muerte de mi abuelo, llegó mi herencia. Un sobre blanco. Al principio creí que era un sobre con dinero, pero no. Dentro del sobre había una llave vieja de metal. Al principio estaba confundida, ¿esa llave para que era? Luego mi mente desenterró una memoria, la puerta del tercer piso. Fui hacia la vieja casa de mis abuelos que seguía teniendo un letrero grande diciendo SE VENDE. Entré por la puerta principal y subí las primeras hacia el segundo piso. Y ahí estaban, las escaleras de madera que llevan a solo una puerta. Después de tantos años, las escaleras ya no eran tan grandes, no había peligro ninguno a que me resbalara entre ellas. Las empecé a subir hasta llegar a la puerta de madera. Saqué la llave de mi bolsillo y lentamente abrí la cerradura. Cuando abrí la puerta había un muro.