las infinitas veces que en Bogotá

Hoy después de tanto tiempo juntos recuerdo las infinitas veces que en Bogotá nos encontramos, aquel lugar donde el sol siempre caía con los colores más lindos y los árboles estaban a contra luz siempre para nosotros, justo para tomarles una foto. Siempre supimos que al pasar por ahí nos recordaríamos. 

Ahí en la carrera 60 con 57 donde te di de mis uchuvas con yogurt, ahí donde nos dimos tanto amor, ahí es donde me encuentro hoy y como si hubiera sido ayer sigo amándote de la misma manera y con la misma intensidad, podría decir que con más fuego que nunca.

Pero lo mas lindo de todo es que siempre ese lugar me recordará lo lindos que se ven tus ojos cuando sonríes, del hoyuelo en tu mejilla izquierda cada vez que haces esa forma linda con tus labios y de lo increíble que se sienten tus manos sobre mí.

Me haces falta y espero verte pronto en Bogotá, sé que será una larga espera pero acá estoy en la biblioteca esperándote como esa primera vez. Como esa primera vez que me obligaron a ir a hacer un mandado cerca a la casa de mi abuela.

No se me olvida tener que caminar por la calle llena de ratas invisibles, porque verdad es que no las veía, pero yo sabía que por ahí dormían las ratas invisibles. Pero recuerdo que fui sola o en bicicleta, o sola con bicicleta, no se. Pero si se que me dio pánico la calle y el semáforo que estaba al final de mi cuadra.

Las infinitas veces que en Bogotá nos encontramos

Y que había carros viniendo de ambos lados y que uno no veía a la mitad de los carros, pero ahí estaban viniendo. Me acuerdo de tener miedo de no ver lo que venía, pero sentirlo venir. La primera vez que me mandaron a hacer un mandado cerca a la casa de mi abuela fue a comprar mandarinas.

Porque en la casa de las abuelas huele a mandarinas. Pero también porque mi tía estaba enferma y nadie podía ir a comprarlas, porque todos estaban acariciándole la cabecita, los blancos pelos de su cabeza. No me acuerdo de como llegue al lugar al que tenía que llegar, pero me acuerdo del olor a bolsa plástica. Me acuerdo del olor a refrigerador con verduras, me acuerdo del olor de la cáscara de las naranjas.

Hace rato que no tomaba jugo de naranja, pero también me acuerdo lo pegajosas que eran esas cáscaras. Pero el caso es que no iba a comprar naranjas, sino mandarinas.

Las infinitas veces que en Bogotá nos encontramos.

Al final no compré las mandarinas porque me di cuenta cuando iba a pagar que no había llevado la plata. Que la plata la había dejado en la mesita antes de salir del apartamento. Me acuerdo de que eran diez mil pesos para comprar las mandarinas que alcanzaran.

Las mandarinas eran para mi tía enferma pero no las compré.

En el parqueadero había cáscaras de naranjas putrefactas con el agua de los carros y la basura y esa acidez cósmica que se instala en los parqueaderos de las calles cerradas. 

Parqueaderos ácidos de calles cerradas donde hay cáscaras de naranjas putrefactas y un olor inconfundible a bolsas de plástico, y sobre todo a olímpica. No volví a hacer un mandado, y tampoco volví a comer mandarinas, ni naranjas, ni a ver a mi tía con sus tres pelos blancos en su cabeza. Le puse la queja a mi mamá.

Las infinitas veces que en Bogotá nos encontramos. 

Le dije que no me mandara nunca más sola a la Olímpica.

Porque mi lacanofobia (miedo persistente, anormal e incontrolable a los alimentos de origen vegetal) no me deja en paz cuando recorro esos pasillos fríos y lúgubres; y es que para mí los espárragos son como lanzas afiladas, las papayas me abruman con su tamaño colosal, y las sandías me ahogan  en su inexplicable jugosidad.

Por eso te confieso que esas uchuvas con yogurt  que nos comimos en la carrera 60 con 57 me cambiaron la vida. Sin ti no hay tomates ni lechugas, ni papas ni arracachas.

Las infinitas veces que en Bogotá nos encontramos. 

Contigo: que vengan las uvas, que lluevan mazorcas, contigo pepinos, rábanos. Esas uchuvas entonces serán un testamento de tu amor y serán las llaves mágicas que abren la puerta del pasillo de hortalizas del supermercado.

Por eso, en este momento, acá en las puertas de Olímpica (el de la séptima con 83) y con las uchuvas en mente, recuerdo las infinitas veces que en Bogotá nos encontramos. 

 

Valentina Alvarez, Maria Sofia Vergara, Sebastian Ortiz