Este color nunca fue mi favorito. El rojo oscuro me resulta monótono, apagado, casi tedioso. Sin embargo, debo admitir que la luz tenue de la habitación le da un brillo distinto, un reflejo metálico que lo hace más interesante. Pero no tengo tiempo para distraerme con pequeñeces. ¡Concéntrate carajo! El reloj sigue avanzando, el tiempo se agota y aún no ha llorado. Si no lo hace pronto, me pagara menos. Mierda.
—Espero que entiendas lo que quiero sin que te lo diga.
Mi tono es firme, seco. No tengo paciencia para explicaciones innecesarias.
—Sí, señora.
Su respuesta es inmediata, casi automática. Su expresión es una caricatura de sumisión, exagerada y ridícula, pero no me importa. Lo que sí me molesta es el desorden en la habitación. Las estanterías repletas de juguetes siempre me parecieron torcidas, desalineadas, como si se burlaran de mi necesidad de perfección. Debería arreglarlas, pero solo pensar en tocar esos dildos usados, pegajosos con rastros de quién sabe qué, me dan ganas de vomitar. Que asco, mejor no pensar en eso. Me quedan apenas diez minutos antes de poder deshacerme de él por hoy.
—Noté que la última transacción fue menor de lo habitual. Lo pagarás de otro modo.
Él baja la cabeza, nervioso. Me divierte verlo calcular qué implicaciones tiene esa frase. Mientras tanto, recorro con la mirada a la pared roja aburrida. Los látigos son lo único en perfecto orden, se ven casi decorativos, como un mal chiste sacado del porno más barato: Predecible y aburrido. No es mi estilo, pero la creatividad no me acompaña hoy. Con un suspiro resignado, alargo la mano y tomo uno.
El olor en este cuarto es insoportable. Mezcla de sudor, látex, y algo rancio que se ha impregnado en la alfombra con el tiempo. Que puto asco. Ya me duele el hombro de usar este ridículo látigo. Quiero saber si está llorando o gritando, todos los sonidos que hace suenan igual. No lo sé, y francamente, no me importa, siempre suena así de ridículo.
Solo quedan un par de minutos. Lo dejaré en paz, me duele mucho el hombro, deberían pagarme seguro médico, maldito tacaño. Mejor una amenaza final y me largo de aquí.
–Me da igual si no puedes pagar. Lo que me importa es que yo no trabajé gratis. Y si tengo que enseñarte el valor de cada billete con cada segundo de mi tiempo, lo haré… pero, de una forma que no olvidarás.
Que asco, es de las peores amenazas que he le he dicho y creo que lo sabe.
–Lo siento, Lo siento.
–No me importan tus excusas, asegúrate de pagar el monto
correcto esta vez. ¿Jueves a la misma hora?
–Sí claro.
Lo observo un momento más. Su respiración es entrecortada, su cuerpo todavía tiembla, pero no siento nada. Ni satisfacción, ni disgusto, solo el cansancio acumulado en mis hombros.
—Eso es todo por hoy. Lárgate.
Él se apresura a vestirse, sus movimientos torpes, ansiosos. El silencio entre nosotros se estira. Solo quiero que se vaya. Cuando la puerta finalmente se cierra tras él, exhalo y me estiro. Mi cuello cruje, junto a cada articulación, que asco de día. El cuarto sigue apestando, el color es el mismo y todo sigue siendo estupido, pero, ya no es mi problema. Apago la luz y salgo, no puedo esperar a dormir.
Al día siguiente, el sonido de la cafetería de la universidad es ensordecedor. Voces, risas, teclados sonando sin parar. Todo normal. Anoche no pude estudiar mucho, solo dormí. Esta porquería de vida me va a matar. no se como llegue a esto. Odio a Felix, solo puede tener sesión los jueves y yo tengo exámenes los viernes.
Alzo la mirada para relajarme, tal vez, pero algo siempre arruina mi patético intento de felicidad, lo veo. Luce diferente, o tal vez solo es la luz del sol en su rostro en vez de las sombras de la habitación donde me acostumbré a verlo. Parece un estudiante más, como cualquiera, aburrido e insípido. Como si anoche no hubiera estado temblando y llorando o como si no me pagara para hacerlo sentir dolor y miseria.
Nuestros ojos se cruzan. Deseo decirle: ¿por qué tan calmado Felix? pero se que es un arma de doble filo, me dejaría también en evidencia. Solo recogí mis cosas, un acto simple, le pase por el lado y le susurre.
–Nos vemos el jueves.
Él solo trago saliva, me divierte verlo así.