Martes, no, domingo, no, sábado de noche pero no hay estrellas, pero ayer había luna tan amarilla y no blanca, grande mas grande que nunca y además mia mia como mi signo. Pero a la vez nunca podría ser mia, ya la he regalado dos veces; una de sangre y otra de luz. Ah no espera, no fueron dos sino tres veces las que la he regalado; en un dibujo, en un tatuaje y en unas horas que me quedé viéndola bajo el frío en el balcón pensando en ella. En la musica que podríamos tocar, y los cuadros que podríamos pintar. Pero el destino no tiene al sueño en la mira, sino solo a la decisión incierta correspondiente a la constante y imposible pregunta de ¿quién soy? que acompaña cada segundo de cada decisión y solo vuelve mi mente desordenada y mi pelo despeinado y me hace pensar que soy un ermitaño desconocedor de la vida y del mundo, pero con una curiosidad absoluta de admirar cada momento de belleza extraña y loca, que puede cambiar el mundo en medio de la tristeza y la perdida. Como ese día, dónde en medio de la memoria del conflicto armado, vi una foto del testigo que me mostró la magia oculta en la realidad, con dos pequeños desplazados que sonreìan encima del burro, incluso después de no tener a donde ir ni a donde volver.
Así, la luna que tantas veces he regalado, ayer quería que fuera mia, pero nuevamente no podía serlo porque la propiedad es otro sueño de palabras y mentiras tejidas en una cultura que tanto odio pero que también no puedo sino querer, porque de otra forma no podría tener ni mis propias palabras escritas en mis propios cuadernos y de pronto mis ideas no serían mías y de pronto mi historia no tendría hilo enredado en una imagen de mar oscuro y de mil estrellas que se dirige como bote de vela sin timón ni consciencia a toda luz por su camino. Pero algún día, así no sea mia espero que pueda navegar al rededor de esa luna amarilla cálida y grande que me recuerda a una primavera que no conozco pero que se que existe dentro de mí, porque de otra forma el invierno ya nos habría consumido con su manto de olvido, su daga de miedo y su inmensidad del tiempo ingobernable. Pero aún así existo, solo y acompañado en un balance desconocido pero que le da fuerza a este deseo o necesidad de estar vivo.