Por: Angélica Ávila
Entro a la exposición. Es de Martin Parr y está en el Museo de Arte Miguel Urrutia. Afuera, hace un día con sol nublado, y adentro, la primera sensación que tengo es la de sonreir. Me dan ganas de verlo todo de inmediato a causa de que, de repente, me siento emocionada. En el momento, pienso en que mi emoción se debe a que la exposición me hace sentir invitada. Me sonríe, me habla amable, y me invita a pasar. Me hace chistes que entiendo y me trata con paciencia desde el instante en el que cruzo la puerta de entrada.
Lo que me interesa de la exposición Souvenir, son las sensaciones que me produjo. Yo quiero saber por qué me sentí así. Preguntarme qué de la exposición me hizo sentir y cómo puede una exposición hacer sentir. Así que no puedo más que hablar en primera persona si lo que intento entender es la propia experiencia.
La primera serie en el recorrido de la exposición es The Last Resort. Aparecen ingleses en vestido de baño nadando o asoleándose entre la basura que consume la playa. Gente que se ve ridícula buscando un poco de sol y agua. Me llama la atención la foto de una familia entre la que hay un bebé llorando. Una mujer está asoleándose echada sobre el suelo de cemento y parece ignorar al bebé que llora en el coche detrás suyo. Resulta que detrás del bebé en su coche hay un muro de color negro muy oscuro que parece un espacio vacío. Entonces, me dan ganas de inventarme una historia en la que ese muro no sea un límite sino el universo entero:
El bebé flota por el universo. Viaja a través del tiempo en su nave que consiguió en la tienda de naves espaciales www.navescomodísimas.com. Se trata de la nave más cómoda y sencilla que circula por el mercado y el cosmos. Es la única que ofrece a su navegante un porta-teteros para que este viva la experiencia de cruzar la vía láctea mientras disfruta mamando leche. En mi mente, agrego al fondo negro profundo pequeños puntitos blancos que representan estrellas y estrellas fugaces. Le pongo gafas de sol al bebé para protegerlo de la luz de los soles, porque yo sé que él llora a causa de un dolor de ojos. Edito las fotos de Martin Parr porque siento que él ya me dió permiso, y el bebé se pone feliz.
Paso a la siguiente serie, Common Sense, y aparecen, simultáneamente, tantos detalles:
La salsa que chorrea entre los dedos, la mostaza que me encanta, las salchichas bien friticas, la sensación de morder una salchicha, los perros calientes que me encantan, el sudor, la piel, las medias veladas, las lenguas, los rostros de cerca, el helado, el calor, el helado chorreando, los dulces de colores, los dólares, las luces, los bingos, las viseras. Las chispitas de dulce que en la vida real no me apetecen –pero en las fotos me fascinan, como en un tipo de hambre visual, hambre idealista–, los bananos en su punto, los conos de helado apilados, las donas, la gaseosa, la champaña, las bocas abiertas, el bronceador.
Se trata de una serie de fotos dispuestas en cuadrícula que ocupan tres muros. Me sentí envuelta por una razón obvia: para ver la serie hay que entrar en el cuadrado incompleto que forman los tres muros. Pero además de la disposición, lo que despierta en mí tantas sensaciones es el color saturado e identificable. Es un color que me remite a un tipo de cliché visual gringo, y no sólo porque aparezcan el azul, blanco y rojo de la bandera. Es el color de la piel muy bronceada –hacia el rojo– de los viejitos gringos con canas, mezclado con el color de las propagandas de comida chatarra y el aire acondicionado. Puede que la serie ni siquiera sea sobre gente gringa; qué importa. Resulta que ver esas imágenes me emocionó de una manera casi erótica. Es probable, según recuerdo, que en ese momento me hayan dado ganas de tener sexo. También me dió hambre y de eso sí estoy segura
Me doy cuenta de que esas fotos me producen algo porque apelan a sensaciones primarias: el hambre y el sexo. Me hablan directo pronunciando mensajes sencillos y cercanos a mí, y creo, a cualquier persona. Entonces, creo que se llama Common Sense porque Martin Parr es consciente de que está jugando con detalles que apelarán a un sentido compartido superior. El sentido común está en reconocer instintivamente esas imágenes pues se conectan con sensaciones primarias que no necesitan ser racionalizadas.
Las fotografías de Martin Parr no están extra-codificadas y por eso puedo escribir sobre ellas como hablando. Si estuvieran en blanco y negro, y si trataran temas invernales, si retrataran señores ingleses con sombrero y gabardina, mi intuición me ordenaría utilizar palabras serias que debería escarbar del fondo de mi diccionario. Qué mamera.
Justamente esa semana había asistido a una charla con un escritor chileno llamado Alejandro Zambra. Él habló del humor. Decía que en todo lo que se diga debe haber un porcentaje de humor, siempre. Que en una escala del uno al diez se debe nadar, como mínimo, en el dos; siempre. Ese humor puede tomar las formas del sarcasmo o la ironía según el grado. Yo decidí que estoy de acuerdo con la afirmación de Alejandro Zambra, y por la fotos de Martin Parr, inferí que el fotógrafo también está de acuerdo con él.
En el resto del recorrido vuelven a aparecer bebés. Me encantan los bebés en las fotos de Parr. Además del bebé en la nave espacial, hay un bebé con una visera y muchos billetes en las manos, hay otro bebé intentando agarrar algo de la mesa de una fiesta finísima, y hay uno disfrazado de diablito que duerme. Quizá sea porque soy mujer y estoy en mis años más fértiles que me encantan los bebés, o quizá sea por cómo disonan y aparecen repentinamente entre los adultos absurdos. El caso es que Martin Parr me hace preguntarme ese tipo de cosas: ¿será que yo quiero tener un bebé?
Hacia el final de la exposición empiezo a pensar en la palabra gracias. Gracias, Martin, por mostrarme imágenes a las que siento que puedo acceder. Que no me hacen sentir idiota porque no logro decodificar su mensaje. Que no necesitan que conozca el contexto en el que fueron hechas o la tradición a la que están respondiendo para sentir que las entiendo. Gracias porque entiendo tu humor, gracias por el color, gracias por los rostros de cerca, gracias por lo bebés, gracias por los detalles absurdos.
A la entrada de la exposición hay una pared gigante empapelada con un motivo de florecitas sobre un fondo rosado pastel. Ese es un detalle que insiste en la ironía: una exposición de un fotógrafo inglés famoso –serio–, en un museo famoso –muy serio–, empapelado de rosadito cursi con flores –para nada serio–.
A la salida, una situación de extremo valor:
Dos chicas, que supongo, acababan de salir de ver la muestra, se toman fotos la una a la otra con el papel tapiz de flores como fondo. Modelan de pie, de lado, con una pierna en ángulo hacia el frente, con una mano en la cabeza, o sentadas, con las piernas cruzadas de tal manera que se ven estilizadas, o del otro lado, o haciendo caras, mandando besos, sonriendo, sacando la lengua. Y luego la otra chica. Y se dan consejos y se agachan para capturar la mejor cara de su amiga con la cámara del celular.
Ellas insisten en la ironía.
Me hicieron feliz.
Y como las emociones pertenecen al estómago, a las vísceras, al centro de fuego; salí de la exposición con hambre. Hambre real de un helado de vainilla de Crepes & Waffles en cono para chupar. El día seguía siendo soleado con nubes –perfecto– así que salí del Museo hacia el eje ambiental. Ya en el restaurante me decido por un helado de brownie que, al salir a la calle, no chorrea porque la nubes tapan el sol.
Gracias, Martin Parr.
Bibliografía
María Antonia Ruiz Espinal (2019) Una mirada al presente a través del lente de Martin Parr, Revista Arcadia versión virtual, recuperado el 14 de mayo de 2019, en
https://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/una-mirada-al-presente-a-traves-del-lente-d
Thomas Weski (2013) Martin Parr, recuperado el 18 de mayo de 2019, en
http://www.martinparr.com/wp-content/uploads/2013/01/Martin-Parr-January-2013.pdf
Imágenes de la exposición: https://www.banrepcultural.org/exposiciones/martin-parr-souvenir