Por: Laura Sofía Ramírez

Y así estaba llegando a Plural Nodo Cultural, con el maquillaje corrido, la ropa empapada, y dos maletas que tuve que cargar todo el recorrido. Fue un mal día, y Bogotá descargó toda su ira en una lluvia intensa que no perdonó nada. Estaba desechable, como un náufrago que estuvo semanas a la deriva del mar. Sin embargo, cuando entré por esa gran puerta metálica, sentí que por fin toqué tierra firme. Y lo primero que veo: arena y una extraña estructura de madera con una gran bandera roja. Me pregunté si esto era un sueño, pues esa extraña construcción se sentía tan cálida y acogedora. Era como las pequeñas “chozas” que suelen construir los náufragos en una isla deshabitada, donde usaban cualquier tronco y rama para fabricar algo en donde pudieran pasar la noche. Todo este pensamiento me llevó a imaginarme que estaba en una isla solitaria y tranquila, después de haber sobrevivido a la rudeza de la naturaleza y la realidad. Sin embargo, al observar me di cuenta de que este territorio se sentía diferente, pues más allá de tener cosas pertinentes como una buena sombra, comida fresca y un pozo de agua, todo parecía estar organizado “patas arriba” y reconfigurado de una manera absurda. ¡Quien dejó que jugaran con la comida, gastaran las tablas y chatarra del refugio e hicieran artefactos tan inapropiados! Parece como si el aburrimiento del aislamiento hubiera convertido este sitio de supervivencia en un parquecito para hacer lo que uno quiera, pero de alguna forma u otra, esto se sentía placentero. 

De eso se trataba la exposición Fragmentos Móviles, una propuesta que busca desafiar la razón y el orden de las exhibiciones tradicionales de arte. Este espacio, curado por Paula Leuro y Andrea Infante, buscaba articular el juego de lenguaje y azar como un objeto, donde cada pieza sea producto del destino incierto y aleatorio de un mazo de cartas con conceptos y frases. Con la elección de tres cartas al azar para producir cada pieza, la galería se convirtió en lugar para explorar los antojos más inútiles pero satisfactorios a través de esta dinámica fortuita e incontrolable. Era un espacio que no buscaba generar conocimiento y reflexión para la vida, pues su propósito está en generar placer con cosas y experiencias tan simples e incongruentes. No se trata de quedarse varias horas admirando la intención o funcionalidad de un objeto de este terreno en el que naufragamos, si no de dejarnos llevar por nuestra intuición más espontanea o absurda a la hora de interactuar con estas. Se trata de vivir y sentir, sin la necesidad de sobrevivir. 

Quiero destacar dos obras que me encontré en este sitio, como la peculiar “choza” que me encontré en el inicio. Se trataba de la obra de Estefanía Guarquin, una estructura con un punto de meta en lo alto que nace de los conceptos: “isla”, “de forma silenciosa” y “mira los pies ¿Qué vés?”. Consistían en dos escaleras de madera hundidas en arena con unos sopladores en cada escalón. Estas se juntaban en la parte superior, formando una punta donde permanecía elevada una gran bandera roja. Mi instinto me llevó a subir las escaleras y pisar los sopladores, mientras veía como la arena volaba y se esparcía por los costados de mis pies. Me recuerda un desierto, pero no uno que me deshidrata si no uno que soy capaz de dominar. Sentía que este artefacto existía para hacerme sentir dueña del horizonte, donde puedo llegar 

a la cima y gritar victoria sin importar las brisas o sequias. Pero ¿en qué me sirve, como náufrago, sentirme así de invencible en un territorio solitario e irracional como este? en nada. No hay practicidad o introspección, solo es divertido. Es divertido subirse y contemplar el entorno si fuésemos reyes que observan sus tierras desde su castillo. Es divertido darnos esperanzas de que, si morimos por falta de recursos, al menos moriremos como presuntos dueños de estas tierras. 

Lo mismo pasa con la obra de Daniel Blanco, que surge de los conceptos: “drama”, “falsificar” y “punto de partida y de llegada de toda acción”. Se trata de una simulación de un estanque con ranas, tortugas y luciérnagas que interactúan a través del viaje del agua en un sistema rígido pero dinámico. Es absurdo pensar que el agua de esta tierra inhóspita se estaba invirtiendo para hacer una representación, donde unos animales metálicos se encuentran mucho más refrescados que cualquier otro ser viviente. Sin embargo, hay algo interesante en imitar un espacio que no se tiene, por lo que buscamos romper los límites de la imaginación al recrear esos escenarios que divagaban por nuestra mente. ¿Es útil contemplar la imitación de un estanque para nuestra supervivencia como náufragos? Definitivamente no, pero es deleitable. Es deleitable escapar de la realidad por un momento, y dejar que los buenos recuerdos de la naturaleza distraigan nuestra mente. Es pensar que el agua ya no es capaz de refrescar mi boca, pues también es capaz de refrescar mi alma. Y es a veces necesario sumergirnos en estos espacios, para evitar perder la cordura al tratar de sobrevivir en un lugar donde solo vemos soledad, calor y nada más. 

Y así fue esta experiencia, un espacio de juego donde no existe la racionalidad y la lógica. Se trataba de poner el placer por encima de la necesidad, donde los pensamientos instintivos y viscerales eran las protagonistas de la exploración y el recorrido. Nuestros sentidos eras los que conducían nuestra trayectoria, y los que juzgaban desde una primera instancia que era y que significaba un objeto. Además, nos limitábamos a pensar y entender trasfondos, por lo que nunca fue importante el autor de cada obra, su contexto y su trayectoria. Era simplemente acercarse, esperar y sentir, buscando que cada pensamiento nos ayudara a escapar de una realidad que siempre busca críticas elaboradas de nosotros. Si fuésemos náufragos, no hubiéramos sobrevivido más de una semana con los artefactos de esta isla. Pero al menos, tendríamos la muerte más placentera de todas, donde podremos explorar todo lo que siempre quisimos probar, contemplar, sentir y ser. Es como cuando nos planteamos el escenario de ¿Qué harías si este fuera el último día de tu vida? Nadie piensa en los remedios o los métodos necesarios para enfrentar el destino y sobrevivir. En cambio, solo recordamos todos los deseos más triviales e insípidos que siempre quisimos cumplir. Es una exposición que replantea nuestra forma de vivir y sentir, invitándonos a abandonar por un momento el rol de seres razonables, sistemáticos y justos que debemos cumplir. 

 Y toqué tierra ¿pero tierra firme? 

Por: Laura Sofía Ramírez – 202021922 

Y así estaba llegando a Plural Nodo Cultural, con el maquillaje corrido, la ropa empapada, y dos maletas que tuve que cargar todo el recorrido. Fue un mal día, y Bogotá descargó toda su ira en una lluvia intensa que no perdonó nada. Estaba desechable, como un náufrago que estuvo semanas a la deriva del mar. Sin embargo, cuando entré por esa gran puerta metálica, sentí que por fin toqué tierra firme. Y lo primero que veo: arena y una extraña estructura de madera con una gran bandera roja. Me pregunté si esto era un sueño, pues esa extraña construcción se sentía tan cálida y acogedora. Era como las pequeñas “chozas” que suelen construir los náufragos en una isla deshabitada, donde usaban cualquier tronco y rama para fabricar algo en donde pudieran pasar la noche. Todo este pensamiento me llevó a imaginarme que estaba en una isla solitaria y tranquila, después de haber sobrevivido a la rudeza de la naturaleza y la realidad. Sin embargo, al observar me di cuenta de que este territorio se sentía diferente, pues más allá de tener cosas pertinentes como una buena sombra, comida fresca y un pozo de agua, todo parecía estar organizado “patas arriba” y reconfigurado de una manera absurda. ¡Quien dejó que jugaran con la comida, gastaran las tablas y chatarra del refugio e hicieran artefactos tan inapropiados! Parece como si el aburrimiento del aislamiento hubiera convertido este sitio de supervivencia en un parquecito para hacer lo que uno quiera, pero de alguna forma u otra, esto se sentía placentero. 

De eso se trataba la exposición Fragmentos móviles, una propuesta que busca desafiar la razón y el orden de las exhibiciones tradicionales de arte. Este espacio, curado por Paula Leuro y Andrea Infante, buscaba articular el juego de lenguaje y azar como un objeto, donde cada pieza sea producto del destino incierto y aleatorio de un mazo de cartas con conceptos y frases. Con la elección de tres cartas al azar para producir cada pieza, la galería se convirtió en lugar para explorar los antojos más inútiles pero satisfactorios a través de esta dinámica fortuita e incontrolable. Era un espacio que no buscaba generar conocimiento y reflexión para la vida, pues su propósito está en generar placer con cosas y experiencias tan simples e incongruentes. No se trata de quedarse varias horas admirando la intención o funcionalidad de un objeto de este terreno en el que naufragamos, si no de dejarnos llevar por nuestra intuición más espontanea o absurda a la hora de interactuar con estas. Se trata de vivir y sentir, sin la necesidad de sobrevivir. 

Quiero destacar dos obras que me encontré en este sitio, como la peculiar “choza” que me encontré en el inicio. Se trataba de la obra de Estefanía Guarquin, una estructura con un punto de meta en lo alto que nace de los conceptos: “isla”, “de forma silenciosa” y “mira los pies ¿Qué vés?”. Consistían en dos escaleras de madera hundidas en arena con unos sopladores en cada escalón. Estas se juntaban en la parte superior, formando una punta donde permanecía elevada una gran bandera roja. Mi instinto me llevó a subir las escaleras y pisar los sopladores, mientras veía como la arena volaba y se esparcía por los costados de mis pies. Me recuerda un desierto, pero no uno que me deshidrata si no uno que soy capaz de dominar. Sentía que este artefacto existía para hacerme sentir dueña del horizonte, donde puedo llegar 

a la cima y gritar victoria sin importar las brisas o sequias. Pero ¿en qué me sirve, como náufrago, sentirme así de invencible en un territorio solitario e irracional como este? en nada. No hay practicidad o introspección, solo es divertido. Es divertido subirse y contemplar el entorno si fuésemos reyes que observan sus tierras desde su castillo. Es divertido darnos esperanzas de que, si morimos por falta de recursos, al menos moriremos como presuntos dueños de estas tierras. 

Lo mismo pasa con la obra de Daniel Blanco, que surge de los conceptos: “drama”, “falsificar” y “punto de partida y de llegada de toda acción”. Se trata de una simulación de un estanque con ranas, tortugas y luciérnagas que interactúan a través del viaje del agua en un sistema rígido pero dinámico. Es absurdo pensar que el agua de esta tierra inhóspita se estaba invirtiendo para hacer una representación, donde unos animales metálicos se encuentran mucho más refrescados que cualquier otro ser viviente. Sin embargo, hay algo interesante en imitar un espacio que no se tiene, por lo que buscamos romper los límites de la imaginación al recrear esos escenarios que divagaban por nuestra mente. ¿Es útil contemplar la imitación de un estanque para nuestra supervivencia como náufragos? Definitivamente no, pero es deleitable. Es deleitable escapar de la realidad por un momento, y dejar que los buenos recuerdos de la naturaleza distraigan nuestra mente. Es pensar que el agua ya no es capaz de refrescar mi boca, pues también es capaz de refrescar mi alma. Y es a veces necesario sumergirnos en estos espacios, para evitar perder la cordura al tratar de sobrevivir en un lugar donde solo vemos soledad, calor y nada más. 

Y así fue esta experiencia, un espacio de juego donde no existe la racionalidad y la lógica. Se trataba de poner el placer por encima de la necesidad, donde los pensamientos instintivos y viscerales eran las protagonistas de la exploración y el recorrido. Nuestros sentidos eras los que conducían nuestra trayectoria, y los que juzgaban desde una primera instancia que era y que significaba un objeto. Además, nos limitábamos a pensar y entender trasfondos, por lo que nunca fue importante el autor de cada obra, su contexto y su trayectoria. Era simplemente acercarse, esperar y sentir, buscando que cada pensamiento nos ayudara a escapar de una realidad que siempre busca críticas elaboradas de nosotros. Si fuésemos náufragos, no hubiéramos sobrevivido más de una semana con los artefactos de esta isla. Pero al menos, tendríamos la muerte más placentera de todas, donde podremos explorar todo lo que siempre quisimos probar, contemplar, sentir y ser. Es como cuando nos planteamos el escenario de ¿Qué harías si este fuera el último día de tu vida? Nadie piensa en los remedios o los métodos necesarios para enfrentar el destino y sobrevivir. En cambio, solo recordamos todos los deseos más triviales e insípidos que siempre quisimos cumplir. Es una exposición que replantea nuestra forma de vivir y sentir, invitándonos a abandonar por un momento el rol de seres razonables, sistemáticos y justos que debemos cumplir.