Textos 2020 · 13 marzo, 2021

Escuchar las voces

En Colombia, entre 1970 y 2015, la OMC ha documentado 60,630 casos de desapariciones forzadas relacionadas al conflicto armado interno (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2016). Esta modalidad de violencia es especialmente dañina, ya que además del vacío generado por la ausencia del desaparecido, las familias y personas cercanas deben vivir con la incertidumbre perpetua de su estado y paradero. El desaparecido existe en un limbo: no está vivo ni muerto, y este quiebre en la concepción de un ser amado genera un trauma emocional difícil de superar en las personas que esperan. La experiencia de incertidumbre por una persona cercana desaparecida es compleja y difícil de entender, lo cual a su vez implica un reto para el arte que pretende representar y denunciar esta modalidad de violencia. A lo largo de este ensayo se explorará cómo la obra Retratos no hablados de María Alejandra Ordoñez se basa en un formato que logra acercar al espectador a la experiencia de la desaparición forzada.

La instalación de Ordoñez consistió en distribuir pequeñas mesas por un espacio, cada una con un teléfono encima. Los teléfonos suenan, y cuando algún espectador los descuelga y se los pone en el oído, oye una conversación grabada. Ordoñez se acercó a tres casos de familias con una persona cercana desaparecida, y a lo largo de un proceso de talleres, entrevistas, y conversaciones, los grabó hablando de su historia: tanto de la persona a la que esperan como de su experiencia esperando. Estos audios son los que oye el espectador al descolgar el teléfono. Así, moviéndose a través de la instalación, las personas presentes pueden escuchar varios testimonios de quienes conviven con la desaparición  (Ordoñez, 2016).

El elemento clave de la exposición es la voz. La artista tomó la decisión de desligar la representación de la desaparición forzada de la imagen y basarse solamente en las voces de las víctimas, en su palabra hablada, para mostrar este fenómeno (Museo de Memoria de Colombia). Esta decisión se ata a dos aspectos que caracterizan la desaparición: los discursos y el silenciamiento sobre la desaparición, y la presencia de los espectros. En primer lugar, como es sabido, ante las desapariciones se generó un discurso que se enfocó en cuestionar moralmente a las personas desaparecidas. Ante las denuncias, la respuesta era la insinuación de que el desaparecido debía ser culpable de algo que justificara su “castigo”. Es decir, este modo de violencia generó un daño moral al atentar contra la dignidad de sus víctimas.  Además, las familias se han encontrado con una sociedad que silencia su denuncia y su sufrimiento. Esto es llevado a cabo tanto por las autoridades que negaban la posibilidad de que la persona estuviera desaparecida, como por la indiferencia social sobre esta forma de violencia (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2016). Frente a esta situación, la voz de las familias, y sus historias sobre la persona desaparecida representan un acto de resistencia. Hablar de ellos y prestar su voz para traer por un instante de vuelta al desaparecido es una forma de reapropiarse de la palabra y del discurso, y contrariar el propósito del victimario de borrar o resignificar a la víctima. Así, la obra de Ordoñez construye un espacio para este acto de resistencia: la instalación es un espacio sonoro que da paso a desafiar los daños de la desaparición forzada: en la voz, el desaparecido y el sufrimiento de sus seres queridos existen, y están presentes.

En segundo lugar, el uso de la voz hace un paralelo interesante con los testimonios que han dado las familias sobre la presencia espectral de sus desaparecidos. Varias familias aseguran oír a sus seres queridos, incluso oírlos hablar. Este fenómeno hace parte del quiebre de sentido que trae la desaparición: al escucharlos, el desaparecido está presente sin estarlo corporalmente, se separa voz y cuerpo emisor y se pasa a conceptualizar una presencia solamente a partir de lo sonoro (Agudelo, Cardona y Bello, 2020). La obra crea un quiebre similar al desligar la voz de la imagen. Evidentemente, el hecho de no estar viendo a las personas que hablan en las grabaciones no hace que la experiencia sea menos real para el espectador. La voz es suficiente para trasmitir la subjetividad: el dolor, la añoranza, la nostalgia y la rabia de la situación. Encontrarse solo con la voz acerca al espectador a la reconceptualización del ser que viven los familiares que oyen a sus desaparecidos. El espectador también tiene que ajustarse y reconocer la posibilidad de presencia solamente a través del sonido. Así, la obra intenta reconstruir parte de la experiencia que viven las personas que han perdido a un ser querido por la desaparición.

Otro elemento clave es el teléfono. Debido a la naturaleza de la desaparición, es imposible dar respuestas a las inquietudes y sufrimientos de las familias (Ordoñez, 2016). El espectador, ante las narraciones no tiene qué decir. En la cotidianidad los teléfonos sirven para comunicarse con el otro, es decir, no sólo para poder escucharlos sino para poder responderles. Usar un teléfono parece casi que hacerle un llamado de atención al espectador: puedes hablar, pero ¿tienes qué decir? La artista pretende enfatizar cómo no hay respuesta posible para esta incertidumbre. Esto es importante porque vuelve al espectador consciente de esta realidad que no tiene respuestas y de cómo no es posible usar la palabra para resolver el problema. No hay palabra que lo haga. Más interesante aún es, entonces, lo que la obra logra en el espectador. Lo vuelve consciente de que su rol en esta interacción es el de la escucha activa y comprometida. Con el teléfono en el oído sólo puede escuchar, pero cuando salga de la instalación, seguirá escuchando en su cabeza los ecos de las familias, sus espectros sonoros, y afuera sí tiene la posibilidad de actuar, de responder con acciones. Como dicen Watzlawick, Beavin y Jackson (1993), al escuchar las personas se vuelven parte de la historia, está incumbido en ella, aún con la desaparición del protagonista. Así, las voces de la instalación se entretejen con los espectadores y los vuelven parte de la crisis de la desaparición. Esto también es un atentado contra la invisibilización de la desaparición, ya que se va construyendo de a poquitos la conciencia social.

La obra de Ordoñez crea una instalación que construye un espacio para que la voz sea el medio para representar la desaparición forzada. Lo sonoro da paso tanto a la narrativa de los hechos, que se contraponen a la violencia que intenta borrar al individuo, como a la reconstrucción de la experiencia vivida ante la desaparición: la incertidumbre y los espectros. De esta forma, la obra interpela a sus espectadores y los vuelve parte activa del reconocimiento de la desaparición forzada, que es a su vez la resistencia contra esta violencia.

María Álvarez

_________________________________________________________________________

Referencias

Agudelo, J.A., Cardona, J.N., y Bello, A.C. (2020) Materialidades espectrales: resistencias sensibles a la desaparición forzada en Colombia. Razón Crítica, 9. 103-130. D O I:10.21789/250 078 07.1609

Centro Nacional de Memoria Histórica (2016) Hasta encontrarlos. El drama de la desaparición forzada en Colombia, CNMH, Bogotá.

Muestra Internacional Documental (2016) Retratosnohablados, Recuperado 24 septiembre del 2020 del MIDBO. http://www.midbo.co/19/movie/retratosnohablados/

Museo de Memoria de Colombia. Retratos no hablados, María Alejandra Ordoñez. Recuperado 24 de septiembre del 2020. http://museodememoria.gov.co/arte-y-cultura/retratos-no-hablados/

Ordoñez, M. (2016) Retratos(no)hablados. Recuperado de Universidad de los Andes. http://portfolios.uniandes.edu.co/gallery/41580771/Retratos%28no%29hablados

Watzlawick, P., Beavin, J., y Jackson, D. (1993), “Algunos axiomas exploratorios de la comunicación”, en Teoría de la comunicación humana, pp. 62-63