la poesía en el arte

Santiago Gil Zuluaga.

La exposición “Celeste” representa una auténtica expresión artística, en contraste con la banalidad de ciertas obras contemporáneas en el marco colombiano.

Con mucha sed y los ojos bien abiertos, caminaba por La Candelaria en Bogotá, para llegar a una exposición en LIA. Viendo por todas partes protestas en forma de grafitis, grafitis como vandalismos, vandalismos como expresión. Sintiendo ese miedo que nace de la vida privilegiada, un miedo a la ajenidad del mundo en las calles, ajenidad a los grafitis y a sus mensajes. “Abajo el patriarcado” decía una de las manchas de las paredes, “Fuerza Palestina”, decía otra, y así sucesivamente. Todas una combinación de un par de palabras afirmativas, con un mensaje que pretende ser profundo, pero que se siente forzado. El calor era insoportable. Ese sol de febrero, ese cielo sin nubes, ese aire contaminado por los incendios. Mucha sed. Intentaba ver los grafitis como si fuesen obras de arte, como expresiones coloridas de emociones complejas. Los ojos bien abiertos. Intentaba absorber la información sin prejuicios, sin filtros, para después reflexionar y organizar mis ideas. Intentaba ser un crítico en busca de conocimiento, en pleno acto de apreciación. Había una pared enorme que bordeaba un local de empanadas, decorado completamente por un solo grafiti: una mujer de rasgos indígenas, envuelta en la bandera de Colombia, derramando una sola lágrima. No pude evitar hacer una mueca de desagrado, como cuando alguien tose junto a uno. Era tan vulgar esa representación del mensaje que buscaba transmitir el graffiti, que se sentía casi como propaganda, intrusiva y vulgar. Aun así, el sentimiento era menos fuerte que lo que había sentido antes en otras exposiciones de arte. Montones de obras que “exponen”, literalmente, las penas de los demás, en un acto fingido de empatía. Cuando por fin entré a la exposición “Celeste”, sentí autenticidad.

El arte debe conectar con el espectador. Quien observa una obra busca sentir algo, y quien crea la obra busca transmitir. Pero ¿qué pasa cuando la monotonía del mensaje empieza a empequeñecer y a rebajar los sentimientos, a hacerlo cada vez más blando, sin sabor y menos conmovedor? Las exposiciones en Colombia se ven hoy en día reducidas a tan solo dos temas: los indígenas en la historia, y las guerrillas y los desplazados (a veces siendo un mismo tema). Y la repetición de estos ha resultado contraproducente, haciéndolos temas cada vez menos impactantes, y como resultado irrelevantes. Pero en Celeste, una exposición hecha por varios artistas argentinos y colombianos, curada por Maria Iovino, tuve un respiro. El contraste que marcaba el interior de la galería con sus obras expuestas y La Candelaria con sus graffitis de mal gusto, era evidente y placentero. Las obras buscaban expresar temas trascendentes, profundos y poéticos, sin parodiar problemas ajenos. Cuando estuve en Celeste sentí una verdadera expresión de la belleza en lo complejo, en lo conmovedor, en lo que va más allá de nosotros mismos. Una obra realmente distinguible y novedosa.

El proyecto colectivo Celeste, protagonizado por una serie de artistas como Mateo Lopez, Martin Bonadeo, entre otros, es una invitación a la reflexión sobre el tiempo, sobre el estar. El tiempo no es nada sin el espacio. Necesita del espacio para expresarse, para hacerse ver. Es expresado a través de objetos en movimiento, cambiantes en su naturaleza. Es también expresado a través de lo opuesto: objetos perpetuamente inalterados, haciendo alusión a la extensa prolongación del tiempo. La serie de 12 hondas de Radio, “Sources”, que han viajado por millones de años hasta llegar a nosotros, y han recorrido distancias igualmente impresionantes, son expresadas de diferentes maneras sobre imágenes análogas. “Hay muchas capas de traducción y en cada una hay agregados de subjetividad”, dice la curadora, enfatizando el aspecto de expresión propia de cada artista. Se lanza el término de “millones”, de forma despreocupada, casi ignorante, hacia la magnitud y severidad de semejante concepto. Un millón de años es algo que está más allá de nuestro alcance de comprensión. Estas son

las cuestiones existencialistas que se exploran en Celeste, una exposición verdaderamente revitalizadora.

Entendemos el pasado también como el cuarto oscuro, con poca luz, poca claridad y transparencia en la exposición. Es la tiniebla de la historia distorsionada, alterada a través de los años. Es olor a humedad, aire frío. Son imágenes borrosas, yuxtapuestas, proyectadas en la pared del pasado. Suena el “rrrrrr” de una máquina antigua, de mecanismos obsoletos. Es sonido que se traslada, imágenes que recorren y repiten, tiempo que marca. Ante la complejidad del concepto, somos el público inocente. Somos una criatura indefensa, vulnerable, mirando al vacío de la existencia. Es el cuadro de la niña mirando el espacio exterior a través de ojos jóvenes, carentes de conocimiento. Jóvenes para siempre, por millones de años. Pero a la vez es simple. Todo es fácil de entender. Son un par de piezas centrales las que nos pueden enseñar con impresionante exactitud el concepto del espacio, del tiempo, del mundo. Una bomba azul clara y un borrador gastado. No hace falta más. El borrador, el satélite, orbita alrededor de la bomba sin descanso. Eso es la eternidad, desplegada en el tiempo. “Da una lección de física y de la belleza de la física, de la fragilidad y de la fuerza que hace a cada cosa. El resultado óptimo siempre es un punto de equilibrio que se puede desbaratar fácilmente”. Las luces de la galería se apagan, como el pasado mismo y los recuerdos melancólicos. El borrador sigue girando.

La exposición Celeste logra ser una verdadera representación del arte en su máxima expresión, contrastando con muchas otras exposiciones en Colombia. El marco de conflicto y dolor del país le da una salida fácil a aquellos artistas contemporáneos que buscan ser impactantes en su obra. Y por la falta de un interés genuino en lo que transmiten, (ya que más allá de sus obras, su propia persona no es consistente con el perfil activista), me alejo sistemáticamente de aquellas obras, vistas ya tantas veces, en tantos lugares, y de tantas formas casi diferentes. Pero el trato de temas inspirados como lo son el tiempo, el espacio, el estar, e incluso el universo, hacen que Celeste sea una auténtica alabanza al buen arte. Los problemas de violencia en Colombia son reales. Pero es de crucial importancia revitalizar el arte contemporáneo bajo un criterio que vaya más allá de la conmoción banal de un público pretencioso ante los “eufemismos” políticos. En palabras de la curadora de Celeste: lo que creo que pasa en Colombia es que el drama, que es real, no es un invento, está poco elucidado desde la inteligencia más capaz, y la cuestión se queda en una representación barata del desfavorecimiento y del desequilibrio. Y esa brutez de todas maneras tiene su público”.

Referencias:

Entrevista Personal con María Iovino, curadora de Exposición Celeste