Reflexión de la exposición “Fragmentación, parodia e ironía” en el museo MAMU

Isabella González Castellanos

Querida Mariana, 

Estás sólo afuera tomando un chocolate en el Museo de Arte Miguel Urrutia, pero entré a esta exposición y pensé en ti. Siempre estás en mi cabeza. Mis recuerdos contigo solo llegan como fuegos artificiales donde veo imágenes que de la nada vuelven a desaparecer. Curioso cómo funciona la memoria ¿no? ¿También te pasa? ¿También estoy en tu cabeza? Entré a la exposición “Fragmentación, parodia e ironía” y me llegó una imagen de las dos, sentadas en el sofá azul de la casa, viendo las fotos de mi mamá en el álbum. Buscándolas desesperadamente para un trabajo de francés. No fue un déjà vu o ¿sí? No lo sé, pero volví a nuestra niñez, a nuestro cuarto rosado, al colegio; volví a ser chiquita. 

Entré a esta exposición y no sé si era el frío de las 5 de la tarde, verte estresada o ver el reloj, pero la exposición me llamó. Me empapé de nostalgia, alegría, emoción, añoranza y deseo. Solo me dejé llevar. Lo que más me interesa es cómo logró salpicar mi cerebro de fragmentos de mi vida. ¿Increíble no? ¿Te ha pasado? Siempre he creído en el poder que tiene el arte de evocar un mensaje y producir sensaciones, pero no sabía que podía evocar recuerdos. El arte posee la capacidad de evocar emociones y recuerdos a través de diversos mecanismos psicológicos y sensoriales, creando una experiencia personal y colectiva que conecta al individuo con su pasado, presente y futuro.

Cierra los ojos. Te acuerdas en quinto, en español, cuando nos preguntaron: “Si tuvieras que empacar una sola maleta con todo lo importante, ¿qué empacarías?” Justo en la entrada de la exhibición, esto fue lo primero que pensé. El viaje de Bernardo Salcedo. Veo una maleta blanca, grande, rectangular que a simple vista se ve dura, fuerte y capaz de resistir cualquier daño. Me llama la atención el tipo de maleta. Parece que cargara el pasado. Se ve antigua, no como las de plástico de ahora, sino las de cuero que llevaban los ingleses, vestidos de paño en el tren, cubiertas con un poco el polvo. El pasado vestido de blanco o es el ¿presente?  No estoy segura de esto hasta que veo su interior. Sigue siendo blanco. No sé si es tranquilidad o miedo el que me evoca, porque está lleno de lo que parecen moldes en yeso, de caras, orejas, el pecho de un hombre. Detrás de estas esculturas el fondo es negro. ¿Salcedo quería resaltar a través del blanco la superficialidad de los objetos? ¿O esconde algo en el fondo negro de esta maleta, tan escondido que no lo podemos ver? Así veo los recuerdos y las memorias. Escondidas en la profundidad del negro. Siento que Salcedo está invitándome a empacar mi maleta, con mil recuerdos materializados en objetos. Pero ¿esa memoria y esos momentos específicos a donde se van? Veo El viaje y veo plasmada la capacidad del arte de activar nuestra memoria episódica y semántica, donde a través de un color, forma o un elemento soy capaz de viajar a un momento específico o a miles de ellos a la vez.  Como John Berger dijo: “Nunca miramos sólo una cosa; siempre miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos” (Berger, 1972, pg. 5). Salcedo provocó esto en mí. Su obra fragmentó mi realidad ya que me hizo recordar, viajar, ver la imposibilidad de empacar los fragmentos de mi memoria en una maleta que va más allá del objeto, de lo que veo.  Es decir, involucra más de una emoción.

Paso a la siguiente obra, Fragmentos de la Tarde de Beatriz Daza e instantáneamente me veo en el espejo, me entristezco y me alegro a la vez. 

Veo un cuadro, dividido en dos, blanco y terracota. Parece un pequeño bodegón, mosaicos naranjas, jarras de cerámica, trozos, fragmentos de varios tonos de café, oscuro, claro, parece que se cayó una taza y se quebró. Veo un trozo de espejo, me veo a mí y me quiebro yo. El café, el chocolate, el naranja del atardecer, se me aguan los ojos. ¿Te acuerdas las tardes de chocolate y pan con las primas hasta la media noche? ¿Te acuerdas jugando al escondite en la plaza del edificio de la abuelita? Beatriz Daza me invita a recuperar mis tardes de chocolate. El bodegón, y los recuerdos que carga, están enterrados en la tierra como si ya fueran fósiles, donde el viento se ha ido llevando la arena que los cubría. Buscan ser vistos de nuevo, recordados, sentidos otra vez. Me hizo sentir y recordar. Me hizo viajar al pasado, y me invadió de deseo. Deseo por volver, por jugar, llamar, invitar, por revivir todos esos momentos, pero más que todo todas esas emociones, esas risas y tristezas. Su pequeño bodegón, se convirtió en el mío donde fui excavando en mi mente, en momentos invadidos por la curiosidad, sencillos, pero significantes de mi vida. Los fragmentos de las tazas, de los espejos, del color, todos representan un pasado fragmentado por la emoción y por la memoria de diversos lugares y tiempos. 

Paso un poco más rápido y hay muchas más obras. Unas más coloridas, con textos más grandes, pero me llama la atención la última, un gran tablero gris.

¿Es un tablero o está pintado? Me sorprende la capacidad de una persona de jugar con mi visión, de mostrarme una profundidad cuando todo está plano. Veo un gran cuadro, del tamaño del tablero de mi salón de clases, con manchas blancas como si estuviera borrado. ¿Te acuerdas de los tableros de los salones en segundo? ¿En los salones oscuros, con piso negro y un pequeño escalón formando una tarima? Curioso como una imagen se convierte en un lenguaje universal que contiene un código para un recuerdo específico en cada persona. Pizarra negra borrada de Santiago Cárdenas Arroyo, ¿qué se borró del tablero? Genera mucha intriga, pero nunca lo sabré y creo que Cárdenas me ayudó a ver esto de la vida. Una obra de arte no tiene que ser visualmente compleja o perfecta para transmitir una idea o evocarla. Agradezco la simplicidad de Cárdenas en su obra pues, no me enfoqué en qué significa sino en qué sentí. No hay nada más complejo que eso. Sentí tristeza porque ver el tablero me hizo pensar de una etapa en mi vida que ya pasó y dejé, no la borré, pero dejó trazos en mí como el polvo de la tiza. ¿Qué sientes tú Mary? ¿Miedo? Santiago Cárdenas está apelando a nuestro conocimiento compartido para que cada uno cree imágenes en su cabeza que se conectan a sensaciones y sentimientos profundos. No hay nada más valioso para mí que la capacidad de estos artistas de permitirme ser parte de la obra al conectar con mis experiencias y emociones. 

Estos tres artistas se convirtieron en maestros del viaje en el tiempo. Salgo de la exhibición y agradezco por haber conseguido un tiquete y ser invitada a esta máquina que me llevó a mi pasado, presente y a mi futuro. Mary, Tantas cosas que vivimos juntas, tantas emociones, tantas memorias, tantas imágenes. Ahora te invito yo a formar nuevas conmigo. Iré a tomar un chocolate contigo. 

Con amor, 

Isabella

Referencias

Berger, J. (1972) Modos de Ver. Edición Inglesa de 1972. http://comprenderparticipando.com/wp-content/uploads/2017/05/Modos-de-ver-John-Berger.pdf