por: Lorenzo Azuero Méndez
Templo del agua: Rio Bogotá. Leonel Vasquez en NC-ARTE. Curaduría: Lisa Blackmore.
Al entrar en el espacio en el que se presenta la obra, lo único que pasa por tu mente es una profunda curiosidad, alcanzas a escuchar extraños sonidos mas adentro pero no logras ver nada mas allá de las cortinas que cubren la entrada a este supuesto “templo del agua”, una entrada que definitivamente te comunica esta extraña sensación similar a la que podrías sentir al entrar a una catedral, sientes una fuerza imponente y un muy leve terror a aquello que se encuentra más allá del límite entre galería y obra. Una vez adentro te deshaces de tus zapatos y tu maleta, al parecer la exposición pretende que logres encontrar cierta comodidad en el espacio, te diriges a lo que piensas se asimila a una fuente, pero de inmediato te das cuenta del constante movimiento que a su vez genera esa extraña sinfonía de tonos largos y profundos. Te sientas en la estructura y diriges tu mirada a una de estas monumentales y mecánicas flautas, te quedas observando su movimiento repetitivo a un estilo de Sísifo, una acción que lentamente, y en conjunto con el sonido, te llevan a ignorar primero todo a tu alrededor, y luego tu mismo ser. No puedes pensar en nada más, no puede ver, sentir, o escuchar nada más, únicamente te concentras en el lento ir y venir del agua, y la manera en la que se puede decir esta respira y canta a través de la flauta, hasta que tu propio cuerpo se va acoplando al ritmo de esta acción, desde tu corazón hasta tu respiración, todo tu ser esta conectado a la obra, nada mas existe y nada mas importa. Pero de repente llaman al grupo y vuelvo a ser yo, regreso a mi propio cuerpo y a mi propia mente y me uno caminando al resto del grupo, empiezo a pensar en como la obra logro captar toda mi atención, en como a su vez me conecto al territorio, al agua del rio que le da nombre a la ciudad a la que llamo mi hogar, y pienso en como por un breve momento me llevo en un extraño viaje emocional, me hizo concentrarme en los pensamientos de los que huyo constantemente, el dolor que mantengo enterrado con ruidos constantes, y finalmente me llevo más allá de mí mismo, me dio un pequeño e infinitésimo espacio en el que nada importaba, solo este contradictoriamente infinito momento en el que la obra me obligo a respirar en conjunto con el agua.