por: Juan David Rodríguez
Relato de mi visita al Museo de Arte Moderno de Bogotá.
Recuerdo la náusea, la incomodidad, las vértebras que se desacomodaban una a una. Siento al ver la exposición un golpe en el estómago. Al entrar al Museo de arte moderno de Bogotá me encuentro con un pabellón que parece estar a medio construir, hay una advertencia: Esta exposición puede contener imágenes que sean perturbadoras para la audiencia. Aun así, me acerco. La pequeña estructura contiene en su interior fotografías y videos de performances de Mike Parr, un artista australiano que utilizaba las acciones performáticas para explorar las limitaciones de su propio cuerpo. En este espacio había evidencia de cuando Parr había simulado amputarse un brazo a golpes, de cuando había tomado pintura acrílica azul Yves Klein, la fotografía muestra la pintura después de que Parr vomitara en un paño blanco. La exposición se extiende a la planta baja del edificio.
Hacia arriba, una exposición dedicada al trabajo altamente performático de Rosemberg Sandoval se toma la segunda planta del museo. Así como en la exposición de Parr, me encuentro con fotografías, videos y piezas que son evidencia de la acción performática. Hay, por ejemplo: una recreación del performance Rose-Rose que se hizo inicialmente en La Tertulia en Cali, un traje ensangrentado y un video que se reproduce de forma continua, mostrando el performance original. La advertencia del principio sigue siento cierta: Esta exposición puede contener imágenes que sean perturbadoras para la audiencia.
El cuerpo manifiesta el escozor de muchas maneras, la incomodidad habita de formas diversas; y aunque cuando camino por entre el fragmento “Teatro de la crueldad” puedo sentir esta incomodidad, me encuentro motivado a seguir, a participar. En este momento se me ocurrió que quizá la temporalidad del performance – ya sea el de Parr o el de Sandoval – se extiende más allá del momento en el que este existe de forma material. Siempre que haya forma de relatar o hacer memoria sobre el performance, es posible reconstruirlo. Que te cuenten que Sandoval se sentó vestido de blanco a desbaratar rosas hasta que las manos le sangraran y mancharan su ropa, te permite hacer memoria de las veces en las que te has punzado los dedos con rosas, puedes sentirlo ahora en tus manos, el dolor se hace presente y la nariz se te arruga. Ahora, si te ponen en frente la ropa ensangrentada el relato se enriquece. De este modo, el espectador se vuelve también elemento crucial de esta nueva temporalidad del performance, las respuestas físicas y mentales a las imágenes que las evocan transforman el espacio expositivo en un lugar en el que la memoria y la capacidad de reconstruir estos eventos hacen parte activa de la exposición, continúan el diálogo.
El espacio se divide en arriba y abajo, luz y oscuridad. Arriba la obra de Rosemberg Sandoval es puesta sobre iluminados muros blancos, la luz natural entra por las ventanas del museo. Es espacio es generoso, hay lugar para deambular, para detenerse en frente de las obras. El carácter performático y la acción que da origen a las piezas se hace evidente en la exposición: el papel rasgado con puñal habla del momento violento; el frottage sobre tela de una casa evoca el momento de su elaboración. Una sala más pequeña expone la evidencia fotográfica de numerosos performances que se ordenan bajo el título: El teatro de la crueldad, una forma potente de interpelar las violencias y mover internamente al espectador. Las fotos son provocadoras y perturbadoras, Sandoval posa con un feto fallecido a manera de collar, el aire se me sale de los pulmones y debo parar por un momento. Abajo, una serie de videos se proyectan en las salas audiovisuales, me acerco con recelo, pero no soy capaz de sentarme, de marcar con mi cuerpo una intención de permanencia, el espacio es oscuro y las sillas están solas. En uno de los videos que se proyectan fuera de las salas audiovisuales Parr – vestido de su alter ego – camina en la nieve, es quizá el único lugar en el que puedo fijar la mirada sin sentir una presión en el pecho, en el estómago.
Arriba es posible ver una narrativa de la obra de Sandoval, es una reflexión continua sobre la pobreza, la misera, la violencia y quizá el terror que atraviesa las experiencias de vida de gran parte de la población colombiana. El feto que colgaba de su cuello era hijo de una mujer que murió también a causa de la pobreza en la que vivía. La obra de Sandoval carga esta violencia y esta historia de precariedad en distintos niveles que pueden ser evidentes o parte de una narrativa más grande y profunda. Los actos de “violencia” dan origen de forma plástica a varias de sus obras, apuñalar el papel, pero el significado que se otorga a esta violencia está situado en un contexto que es colombiano y que interpela al espectador no solo con una reflexión superficial de la violencia y su performatividad, sino parte de la identidad que reconoce esta violencia como propia. La exposición cuenta con dos piezas que se armaron con objetos rescatados de atentados terroristas en Cali; Sandoval pinta con fuerza una tela con café y las manchas se extienden al muro, la tela cuelga de un catéter lleno de su orina.
Por su parte, Parr da a entender sus mensajes a través de acciones que apelan a la capacidad de los seres humanos de sentir lo que vemos, de interiorizar las experiencias de otros como propias, un lenguaje común del dolor. Las imágenes que se conservan y por medio de las cuales es posible hacer una reconstrucción mental de las acciones performáticas de Parr buscan capturar el carácter disruptivo de la acción original. La exposición muestra una secuencia en la que Parr efectúa una suerte de rito de iniciación, el cual implica quitarse las prendas que lleva puestas (un vestido blanco de encaje y gran volumen) hasta quedar en ropa interior para entonces infringir en sí mismo acciones de automutilación. De este modo, Parr hace del cuerpo un medio por medio del cual es posible transmitir mensajes, y quizá el genio está en que es un medio que puede evocar en la audiencia una reflexión profunda si el estímulo es el adecuado.
Parr ha sido reconocido como el más importante artista de su generación y la obra de Sandoval es un relato radical y transgresivo de una historia violente y cargada de significados como lo es la colombiana. La obra de ambos artistas aborda temáticas diferentes que suceden en contextos absolutamente disímiles, pero apelan al mismo instinto humano del dolor y de lo que no encuentro manera de describir más que el asco. El trabajo es evocativo porque es altamente visual y llega directamente al abdomen, el lugar donde se sienten nuestros instintos más primordiales. Sentimos allí la emoción y hasta el amor, pero también la perdida y la desesperación, el dolor y el asco. La exposición nos cuenta una narrativa a través de actos performáticos capturados en imágenes y videos que logran romper la barrera del encuadre para hacerse físicos y palpables en el propio cuerpo, un cuerpo que reacciona por instinto. El análisis y la lectura vienen después del gran golpe.
Al salir del museo estuve un rato caminando por el parque de la independencia hacia el museo nacional, incapaz de hablar o escuchar música o pensar en lo que había visto. Quizá fue la cantidad de imágenes, el tiempo que estuve en este museo, la sensación que tuve al salir fue como estar en shock. El aire había sido forzado fuera de mí, necesitaba tiempo para procesar lo que acababa de ver. Cuando el performance es capaz de llegar a los límites de lo que aguanta el cuerpo, y en cierta medida la moral, puede ser transformador. El poder de la imagen para mover las fibras más profundas está directamente relacionado con el contenido de esta. Cuando es posible que el relato visual u oral evoque las sensaciones correctas, es solo cuestión de ajustar el performance para que la intensidad de este module la respuesta que tenga la audiencia. Esta respuesta es entonces la capacidad que pueda tener el performance de vivir por fuera del registro fotográfico, por fuera del relato.
Me quedó sin embargo la pregunta de ¿Por qué? La forma en que esta exposición apela de manera tan visceral al espectador es cuando menos interesante y poderosa. Los medios para este fin sin embargo, dejan una sensación incomoda de haber ido demasiado lejos. Por su puesto que debe haber un lugar en el mundo para trabajos que sean así de transformadores, pero cuando hay una intención creativa y comunicativa en una obra es quizá difícil justificar la forma en la que se logra este nivel de comunicación. Había en el espacio dedicado a Sandoval evidencias de performances que involucraban corporalidades que no eran de él, que habían sido víctimas, que no tenían agencia. Luego su participación en una narrativa que busca exaltar estas violencias puede llegar a sentirse explotadora y revictimizante.