Nicolás Gómez Hurtado

Si usted está en la estación Universidades del Transmilenio en Bogotá, puede tomar el bus número seis para llegar a la estación Calle 72. El viaje se demora aproximadamente 40 minutos. Asegúrese de bajar en la estación correcta, luego camine por unos diez minutos y llegará a una casa grande en la calle 70a #741. Puede entrar, no se preocupe. Tras pasar la puerta, se encontrará con una entrada amplia con unos dibujos en la pared. El autor de ellos se llama Carlos Alfonso y se ha dedicado a hacer obras de arte. Él intentará que usted contemple lo que nace de la tierra para que usted especule.

Usted está en medio de su exposición “Altares del suelo se animan con fuego” en las Casas Riegner. Las paredes son de color melocotón y en ellas cuelgan trabajos y mensajes. En los pisos de color marrón a veces encontrará “islas” con piedras, canastas y utensilios. Sus pinturas pueden tener textos arriba o abajo. En cada pintura hay un mar de un solo color. En él verá todo tipo de cosas.

Así fue para mi. Tras viajar por un tiempo considerable de un buen día, llegué a una casa. Me encontré con un hombre concentrado en pulir un horno en el patio delantero de la exposición. No lo saludé, solo decidí entrar a la casa. La entrada era grande y abierta. Al entrar reconocí una recepción. Podía tomar tres caminos: a la izquierda, a la derecha o hacia arriba. Yo me fui hacia la izquierda, donde vi unos ventanales grandes que permitían que el sol entrara. Luego de fijarme en el exterior, me dirigí hacia la exposición. Había una buena cantidad de obras hacia el fondo. Primero las vi “artificialmente”, escaneaba las obras y leía un poco de los

textos que las acompañaban. Seguía mi camino preocupado por no quedarme atrás mientras veía que el resto de personas se movían. Las pinturas se veían así:

Yo quería acercarme más. Comencé mi recorrido de nuevo. Acercaba mi nariz y mis ojos a las obras (lo más que se me permitiese). Esto es lo que intentaba ver:

Solo decidí sumergirme. Veía todo tipo de figuras, entidades y objetos. Muchas cosas del mundo, anunciadas a mi vista. Recuerdo ver un brócoli insignificante que pareciera ser pequeño, pero cuando me acerqué, vi el baobab de uno de los planetas que visitó El Principito.

Empezaba a ver en el fondo de las pinturas un mar infinito, solitario. La soledad de ese infinito me desolaba. Como si yo fuese un hombre solitario en el desierto al que solo le queda pisar la arena y buscar a Dios. Cuanto menos lo pensaba, sentía más cosas. Siempre le he querido regalar una flor a una mujer. No especialmente una rosa o un tulipán. He querido darle la flor de un diente de león. Porque es pequeña, delicada y finita como mi existencia.

Esta imagen me provoca, incluso hoy, una sensación de soledad horrible. Aunque también me da esperanza. La soledad siempre se me clava en los ojos. Seguí acercándome al diente para ver sus pequeños detalles. La exposición de Carlos Alfonso me hizo repensar un poco más. Un poco más de mi. Un poco más de mi mundo. Un poco más de mi vida.

¡Quién pensaría que esta flor, una sola flor, tuviera tantos detalles como la vida!

Tome la decisión de seguir mi camino en la exposición. Me alejé del mar y volví a la entrada. Seguí hacia el lado derecho de la casa. Vi varias cosas, pero antes, decidí asomarme a la ventana. Carlos Alfonso seguía concentrado en pulir y diseñar a la medida su horno. A día de hoy creo verlo sonriente. Me hubiese gustado conversar con él; saber porque decidió hablar de lo que nace de la tierra.

Volteé la mirada y decidí enfocarme en lo que seguía de la exposición que estaba detrás mío. Había un óvalo de ladrillos dispuestos en el suelo. Las piedras, la tela y las canastas que conformaban el óvalo transmitían cierto tipo de sequedad. No tomé fotos de la obra. Era como si uno fuera ahora parte de las escenas de las pinturas del lado izquierdo de la casa.

Como si uno viera las cosas de otras personas.

Decidí ir hacia la parte de arriba de la casa. Era otra exposición, también de Carlos Alfonso, pero distinta. No tomé ninguna foto pero si recuerdo bien algunas cosas. Subí por las escaleras y cuando llegué al segundo piso di un escaneo general. En las paredes habían unas obras en tinta a blanco y negro que exponian distintos patrones y figuras que tal vez aludian a sueños abstractos.

El contraste entre los dos pisos dan pistas de lo que “Altares del suelo se animan con fuego” busca transmitir: tierra, color y vida. En el primer piso muestra el azul y el verde. En el segundo piso muestra, blanco y negro. Por todo esto, la exposición de Carlos Alfonso tiene el propósito de compartir una apreciación por lo que nace de la tierra y la vida. En medio de un mar vacío, cada cosa de la vida se destaca como parte de la vida siendo pasajera y bella.

Bella, además, porque es espontánea, misteriosa y no permite que el mismo mar esté vacío.

Podría usted pensar que sus obras no tienen ningún propósito, o que no transmiten nada por sí solas. Según Ana María Escallón (2024):

A veces los artistas piensan, otras no piensan. Carlos Alfonso no lo hace. Desmenuza con sinceridad un acopio simple de cualquier comienzo. Según el texto de la galería, Alfonso despliega ante el visitante una puesta en escena en que el color azafranado del espacio expositivo, o aquel que evoca el color de la tierra quemada asociado con procesos de aparición, crecimiento, calor y fuego, abraza y sostiene una serie de bodegones… Y pinturas sin propósito.

De manera que las obras de Carlos Alfonso no transmiten ningún mensaje. Pero esto no es necesariamente cierto. De hecho, permiten especular sobre muchas cosas distintas.

El trabajo de Carlos Alfonso recorre el sentimiento etéreo de estar vivo y estar solo en el mundo. Recorre lo que significa estar vivo. Tal como dice la curadora de la exposición Paula Bossa (s.F):

Sus altares del suelo, además de desplegar un activismo sutil, nos recuerdan que la tierra y todo lo que brota de ella es sagrado, que debemos habitar nuestros cuerpos y el de la Madre Tierra con amor y plena conciencia, y que el pensamiento alineado con el corazón y la acción, equivale a ese fuego que ilumina, purifica y trasciende. (párr. 5)

De manera que Carlos Alfonso crea espacios que dan un sentido sagrado a lo que proviene del suelo y es vida.

Esta exposición permite apreciar la importancia de la vida, de todo lo que viene de la Madre Tierra. La exposición le permite a las personas pararse en el desierto y sentir como una sola cosa puede tener mucho detalle, como una sola cosa puede tener el espíritu de vida. Como si cualquier cosa, por insignificante que parezca, tiene la capacidad de ser un mundo propio. Que da vida al desierto, al mar vacío.

Bibliografías

Artishock, Bossa, P. (2024, February 7). CARLOSALFONSO:ALTARESDELSUELO SE

ANIMANCONFUEGO. Artishock Revista. Retrieved March 10, 2024, from https://artishockrevista.com/2024/02/07/carlos-alfonso-altares-casas-riegner/

Casas Riegner, Bossa, P. (n.d.-b). Altaresdelsueloseanimanconfuego. Casas Riegner.

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https://www.casasriegner.com/exhibiciones-cs/altares-del-suelo-se-animan-con-fuego

Escallón, A. M., & Escallón, A. M. (2024, March 9). Lo sincero y lo primitivo. Las2orillas. https://www.las2orillas.co/lo-sincero-y-lo-primitivo/

Fernández, S. & El Espectador. (2024, February 14). PressReader.comdigitalnewspaper& magazine subscriptions. PressReader. Retrieved March 10, 2024, from https://www.pressreader.com/colombia/el-espectador/20240214/281719799498302

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Montalvan. (2018, February 25). Portafolio:CarlosAlfonso. Estudio Ráneo. Retrieved March 10, 2024, from